Y un buen día buscó y rebuscó los malos rollos que había atesorado durante tanto tiempo. Y los fué colocando en la encimera, uno junto a otro.
Con lágrimas en los ojos, comenzó a mezclar los ingredientes escogidos para hacer un gran pastel. Porque todo elemento, por muy venenoso que sea, contiene virtud y vida en su interior y, con un buen aderezo, puede convertirse en el más maravillosos manjar. En cuanto lo hubo terminado, se comió un buen trozo y dejó el resto en el jardín. A merced de las aves migratorias que la degustarían y se la llevarían lejos, muy lejos.