Le invitaron a visitar el cementerio de la pena, el lugar donde podría depositar todo aquello que le angustiase.
Cogió una caja bien grande, la abrió y la llenó con todas las personas, lugares y experiencias que le amargaban. La cerró, apagó la luz y esperó hasta que sus puplias se hubieran dilatado lo suficiente.
Abrió la caja cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Descubrió unas minúsculas partículas que intentaban pasar desapercibidas, agazapándose en la esquina.
Les sonrió, las cogió y se las metió en el bolsillo. Salió de la habitación e inició el viaje hacia el cementerio. Creía haber encontrado la solución.